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sábado, 5 de marzo de 2011

APROXIMACIONES A LA ISLA IV

Miguel Carmona. La incógnita. Comprimido/Arches. 120 x 80 cm. 2003


APROXIMACIONES A LA ISLA  IV


Todo artista verdadero (sic) es tanto un demiurgo
 como un lunático perdido,
 refiere lo mismo el nacimiento del mundo
como su opacidad, su desvanecerse.
 Rufo Caballero. 2002
Para Alejandro Delgado.

En su mayoría, los textos alusivos a la obra de Arturo Montoto citan el Barroco a manera de background, palmo en el que se inscribe esta plástica de rasgos hiperrealistas y pop, ambas actitudes de los creadores de décadas atrás. Cierto es que en el pintor hay una voluntad de representación, sea esta de orden icónico o no. Todo trazo entraña esa voluntad y lo que llamamos abstracto no es informe ni precisa de conceptualizaciones espurias. Hay un entramado en toda obra, un zócalo y un sitio por donde sale el sol, quiéralo o no la academia y sus adláteres.
Quizá el asunto del barroco –con minúsculas- es mero asunto retórico y no conviene adentrarse en el desatino de esta y otras arbitrariedades que se escriben acerca de esta obra. En el caso de Montoto, se entiende que la pretensión es legitimar al paso ciertos guiños a la arquitectura cubana, que protagoniza algunos elementos en la mayor parte de la obra que citamos y que estuvo expuesta en el Palacio Clavijero. Vimos sus óleos -mal restirados, por cierto- y nos parece un tanto aventurado saltar sobre el corcel del Barroco –el período más ornamental y religioso de la historia del arte- para dotar de plus a una obra que resulta insuficientemente ensamblada con las posibilidades de traer a cuento a Zurbarán, Rubens o Bernini. Más bien es una humorada del tipo de aquella sentencia de Benítes: el barroco es nuestro clásico. También podemos resignificar el sentido, si decimos que una obra barroca es rebuscada, aburrida, recargada y, por ende, huera, grandilocuente.
Tal vez la referencia más tangencial quiera decir tenebrista, un terminajo asestado a Carravagio en su tiempo. En ese caso asistimos a los resabios del manierismo: pintado a la manera de. En fin, tenemos unos cuadros al óleo de gran formato, en los que las secciones áureas son presumiblemente acentuadas por frutas y objetos dibujados primorosamente e iluminados al óleo, enmarcados por el claroscuro tenebrista de galerías, patios, recovecos. Hay que decir que el ámbito ruinoso de muros, pilares y esquinas crea un amable contraste junto a las frutas, en su mayoría tropicales y objetos enciclopédicamente resueltos. Esa es la obra.

Arturo Montoto. El peso de la tradición. Comprimido/Arches. 80 x 120 cm. 2003


También puede verse como bodegones, de la estirpe naturaleza muerta, sin que ello signifique emparentarlo con los magníficos trozos de pintura de género de los cuadros de Velázquez, por ejemplo. La pintura de bodegones proviene de la tradición flamenca y de ciertos usos ornamentales de Pompeya, la ciudad preservada por la erupción del Vesubio. Acude a nosotros la imagen de cierto período en la obra de Rafael Flores, residente en nuestra ciudad, en la que las frutas parecen desear ser deseadas, toda vez que han aparecido junto a modelos anatómicos evidentemente eróticos –si los hay- y en un plano de igualdad pictórica, justo como lo hace Montoto. Entre la piel de las modelos y la superficie desconchada hay un tejido sígnico ineludible. Veamos.

En Arturo Montoto priva el formato, exigido por la abstracción creciente de la obra. El autor espera eludir el compromiso de la manera más inteligente posible y atina a poner una fruta, una naranja a medio pelar –dónde hemos visto esto- sobre un libro.
En Rafael Flores se ponderan los préstamos de la publicidad visual y se precisa de otra arquitectura: la del cuerpo humano. Parámetros de belleza iguales. Todo recortado por el insondable negro que parece provenir del antiguo horror vacui.

Con todo, la obra de Rafael Flores es generosa y no apela a discurso alguno que no sea la pintura. Arturo Montoto quiere pintar su idea de lo entrañablemente barroco. Será el trópico. En todo caso no hay más barroco que el de Carpentier o Lezama, aunque ellos, felizmente, no pintaron.

Arturo Montoto. En la trastienda del mercado. Óleo/lino. 120 x 150 cm. 2005


Obras hay que son superficie. Antoni Tápies comenzó a usar el cáñamo y la arena para refigurar la rabia y desesperanza de la época, encontrándose con el gesto como divisa de su creación. Aquello se llamó informalismo y luego pintura matérica. Tal vez la ironía de Montoto consiste en situarse un poco atrás y acosar esos espacios insulares donde la luz del sol corta la sombra con esa precisión geométrica con que nos dice algo de su silencio. Lamentablemente la luz solar no es compartida por las frutas y los otros objetos. Otra cosa es su dibujo.

Decíamos que los artistas cubanos que expusieron en INSIDE (en Palacio Clavijero) son la vena dibujística poco vista de Cuba. Lo son. Es tan diferente ver los dibujos de Montoto que parecen obras ajenas a los enormes óleos. En su dibujo es claro el sentido de su idea, pues no tiene que colorear el fondo ni manotear en lo oscuro, sólo tiene que decirnos esto es lo que es. Así, vemos un fardo, un costal reclinado a pleno sol. Es simplemente prodigioso. En la pintura al óleo ocurre algo pavoroso: se ilustra a sí mismo. Eso puede explicar la popularidad de su obra en la Isla.

Tímidamente asoma un melón en madurez, listo para ser devorado al sol. Como actor debutante, quiere crecer, echar yemas de nuevo, alzarse, adherirse a los ruinosos muros de patios sombríos, colmar el cuadro… pero no es más que una representación trunca de un drama en borrador, no termina de ser un fruto, el seno arquitectónico le impide siquiera ser un fruto y queda en apóstrofe, asterisco o un signo cualquiera, esperando le sea otorgada licencia de podrirse, desvanecerse, desaparecer. Surrealista, han dicho que es su obra. Puede ser, pero también víctima del humor involuntario o metáfora del nacimiento de un cuásar, con toda la luminosidad de que es capaz el pigmento al óleo. Para ser surrealista requiere de una buena dosis de contrasentido y esta obra está articulada con toda la intención de impresionarnos… y ser olvidada. La dureza cromática, la matemática de las sombras, el manierismo de las frutas y cosas carecen de la alegría de la pintura. Es solemne como una puesta de sol.

Arturo Montoto. Recuerdos sobre el futuro. Óleo/lino. 176.5 x 230.5 cm. 2004


En algo recuerdan a Mondrian. Las historias de Montoto se instalan en nuestra memoria como archivos vencidos, reiteraciones que el tiempo ha vuelto ociosas. Si hay que figurar, cómo es que hemos dejado de confiar en los impulsos. Esta pintura es pura cita bibliográfica, donde encontraremos que la ausencia cita la presencia, que el encubrimiento obrado por el pintor nada tiene que ver con nosotros, pues ya conocemos el sabor de la sandía y sorbemos el jugo de naranja y mordemos la guayaba. La fotografía lo hizo muy bien. Si se tratara de desandar tendría Montoto que invertir los términos y hacer –en lo posible- como el nicaragüense Morales.

Argumentación es la divisa del cubano, acerca del tiempo. Es posible ver estos cuadros como fotogramas de un film inédito, en el que el guión fluctúa entre el tiempo de la pintura –dilatado, como en la novela- y el tiempo del pintor. Al primero le espera la gloria, al segundo el olvido. Encubre por encubrir, representa por representar. Olvidó Montoto que el tema de la pintura es ella misma. No hay creación si no hay traición y este autor se queda varado en la empalizada, temeroso de la Gorgona de la abstracción, que le espera a cada golpe de color. La nave se ha ido. Lo que quiso decir no es cosa de nosotros. El veedor de obra plástica no va detrás del autor.
La vida de las obras es eterna e infinita (Blake dixit), tanto como sujetos tengan la fortuna de encontrarse con ella. Barrocos, neoclásicos, románticos, fauves, futuristas, cubistas, surrealistas, pops, conceptuales… todos se van. Nos quedamos a solas con una obra que vuelve a respirar con nosotros; entonces la representación –envejecida- es suplantada por el ars combinatoria que medra detrás. Espacio. En pintura el espacio es el gentilicio veraz al que hay que interrogar.

Encontramos a Montoto abriendo el libro de un tiempo contenido en cortes practicados sobre el lienzo, a partir de los que toda arquitectura recompone sus vestigios, espesánose junto a pequeños trozos de Carravagio. El eterno verano del trópico asoma, una fruta, separada de su rama, de su árbol, de su huerto. Pareciera que asistimos al funeral de unos inermes frutos ofrecidos para la expiación del pecado de pintar. Salto a medias, nos impele a repensar los entresijos de la autocensura, que significa autocomplacencia, docilidad, vacío. Porqué negar que los cuadros de Montoto son estampas del trópico y nada más. Lucen bien en la sala de estar.

Miguel Carmona Virgen. Morelia, Michoacán. Marzo/ 2007.








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