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sábado, 5 de marzo de 2011

APROXIMACIONES A LA ISLA III

Alain Pino. Lo profundo (serie). Impresión digital. 68 x 96 cm. 2003


APROXIMACIONES A LA ISLA III

Fotografiar a alguien es cometer un asesinato sublimado,
 un asesinato blando, digno de una época triste, atemorizada.
Susan Sontag. Sobre la Fotografía

La vida privada no es más que esa zona del espacio,
 del tiempo, en la que no soy una imagen, un objeto.
Es mi derecho político a ser un sujeto, lo que he de defender.
Roland Barthes. La cámara lúcida

A mi querido primo Arturo Chávez.


La fotografía llega a Cuba en 1841, de la mano de Washingnton Halsey. Desde entonces han desfilado por esta galaxia una miríada de fotógrafos, ligados en su mayoría por el afán periodístico que el medio favorece. Entrado el siglo XX, nombres como José Manuel Acosta, Abelardo Rodríguez, Tito Álvarez, etc., son referencia de una tradición de la fotografía en la Isla.
De todos es conocida la célebre fotografía de Ernesto “Che” Guevara, que tomara Alberto Korda para el periódico Revolución, convertida ya en un icono de las izquierdas de todas partes y sobreexpotada con fines comerciales y de los otros.
A partir de la década de los 80 del siglo pasado, con las muestras Volumen y Sano y Sabroso, es cuando la fotografía en la Isla incursiona en el concepto, una vuelta de tuerca que atravieza los 90, con las obras de René Peña, Juan Carlos Alom y otros. Una muestra de fotografía erótica –si las hay- titulada Sobre lo blando, así como Confusión, citan la marginalidad a partir del retrato, como un recurso con derecho natural de la fotografía. Aquí es donde comienza la historia de la obra de Alain Pino Hernández, que elabora sus visiones a partir de la actitud mostrada por la generación anterior, que elige sus temas en la intertextualidad de la resistencia como impronta de identidad.

Mucho se dice acerca de la personalidad del retratado, cuando lo aludido ya no está, cuando sólo tenemos el vestigio de la placa impresa a partir del disparo. En referencia al contexto en que se origina la fotografía sabemos que el retratado no es; la luminiscencia captada por la lente queda lejos de un posible sujeto que alguna vez pasó ante el objetivo de la cámara. El ojo no elige; para que la fotografía suceda es prescindible el órgano de la vista; la cámara misma es un ojo ciego (o un falo, si se quiere ir más lejos en las connotaciones de la intromisión de un voyeur que acaso acciona el botón atrapador). En todo caso, siguiendo a Susan Sontag, es una arma –y es con armas con lo que se concreta una Revolución. Un antro de paradojas, también, la fotografía lograda parece algo que se ha vuelto quimérico. El fotógrafo semeja al viejo Sísifo, trepando a la cima de un monte burlón. Apunta, enfoca, dispara… y lo que obtiene es el remedo de una sombra que es luz o, más bien, luminosidad generadora de un código que llamamos imagen, arrimada por la caja negra al desván de las posibilidades. Mundo fáctico este de la fotografía.

Alain Pino. Lo profundo (serie). Impresión digital. 61 x 104 cm. 2006


Sin embargo –y gracias a ello- Alain Pino continúa fagocitando estampas de la evanescencia, fantasmas que mañana serán la única Meca a donde acudir para recuperar la memoria de las minorías, léase homosexuales, disidentes, out siders, gusanos, terroristas. Conocemos el estigma que han sobrellevado en su frente y todo su cuerpo las minorías en toda sociedad organizada. Ser parte de la minoría trae tantos lastres que es razonable considerar su persistencia como una característica de fortaleza non grata al poder del estado, que dicta las reglas.
Repensar el régimen castrense de Cuba trae consigo citar la marginalidad obligada de algunos creadores artísticos –Reynaldo Arenas, Heberto Padilla, Severo Sarduy, entre otros- acusados en su momento de homosexualidad, transgresores del stablishment, entes suprimibles, minoría pues.

Por inverosímil que resulte esto ocurre en todo el globo, sólo que el sucedido en la Isla reviste para nosotros una tremenda importancia, dado el trasunto geopolítico en que se inscribe. Para el morbo tenemos una Revolución que reinaugura el perfil inquisitorial del machismo en el poder, dicho brevemente. No apta para propagandear los logros de los barbudos del 59 (la foto de Korda, es del 5 de mayo de 1960, donde aparece Simone de Beauvior y Jean Paul Sartre, recortados después por el autor) la minoría disidente podría recurrir a su derecho inalienable de expresarse, causa que abanderarían seguramente los Beauvior y los Sartre de entonces. Podemos imaginarnos lo que hubiera sido si el Che militara en la marginalidad homosexual de entonces… la comunidad gay tendría el icono más exitoso y tal vez…

Alain Pino. El grito (serie). Mixed media. dimensiones variables. 2005


El caso es que otros son los tiempos y ahora empieza a revelarse el rostro anónimo, beligerante, incisivo, de un sector social tradicionalmente agredido. Bajo el ropaje del travesti entrevemos la voluntad de escalar posiciones en un ambiente sumamente estratificado, barroco, intolerante. En otros tiempos, previos al 59, el matrimonio fue la divisa para trepar en la escala social. La inclusión de las fotografías de Alain como un autor de vanguardia en la plástica isleña trae a cuento el tránsito de la homosexualidad como una corriente subterránea que asoma como un iceberg para asumir los rasgos de la contemporaneidad. El desdoblamiento estratégico del travesti empieza a captar sus quince minutos de fama. No pasó desapercibido al fotógrafo, cronista de los tiempos.

Migrar hacia nuevas conceptualizaciones a partir de lo que capta la cámara es lo de Pino Hernández. Una vez abandonado el formalismo periodístico del medio, es posible asistir a la temporalidad de la imagen y entablar un diálogo más franco a fin de comprender las historias soterradas, contrarias al triunfalismo oficialista –un préstamo del totalitarismo- que quiere vendernos la idea de que todo va bien y lo que no va bien es el resultado de actitudes apátridas, traidoras, peligrosas, víctimas del imperialismo yanqui, dignas de ser barridas del libro de la Historia.
El origen del exilio no es otro que el de la xenofobia exacerbada, la extrema intolerancia hacia el otro, el raro, el diferente. Todos somos judíos alemanes, rezaba el afiche en Mayo ’68 en París. Alain retoma las tautologías del caso; dispara en torno e impone sus consideraciones plásticas a personajes emblemáticos, tratándolos como actores de un drama conocido; para ello somete sus registros al software de la PC, alterando sus iniciales significados, para arribar a una obra de grandes expectativas que se quiere elocuente. Ajusta sus personajes, monta tubos en la boca de los retratados, magnificando su silencio, un silencio histriónico, por cierto. Simplifica, despoja el fondo, aunque no consigue hacer hablar a la imagen. Corre por el filo de la navaja de la gratuidad, su propuesta se afloja. Entonces recordamos la foto de Korda, recortada, privilegiando el mediano contraluz de Guevara tomado desde abajo, en un encuadre que envidiaría el mismo Ciudadano Kane.
Cosa cierta es que la propaganda es un boomerang. Provoca reacciones adversas. Y es que la imagen fotográfica es una fijación, como la propaganda es mentira. Parece darse cuenta Alain, cuando aisla los personajes, dotándolos de intemporalidad al trucar la piscina por el océano, por ejemplo. Folkloriza el medio en busca de mayor énfasis. No siempre la PC es la mejor vía de resolución; la fotografía per se tiene territorios explorables. Korda tenía tijeras, Alain tiene la PC.

Alain Pino. Wave. Impresión digital. 68 x 96 cm. 2006


La política no cabe en la azucarera, diría Carlos Varela. al ver los efectos operados en esas vistas de retratos mostrando los dientes, como en la época de la trata de esclavos. Camouflage puro. De eso se trata, que no de minorías. Entonces tenemos dos lecturas de esta obra –que estuvo en Morelia también- en las que yerra el cubano. Entrampado en el laberinto de las apariencias, encubre más de lo que muestra, o quizá muestra las verdaderas intenciones del fotoperiodista: dar fe. Las distorsiones digitales a que somete su obra no consiguen ratificar nuestras sospechas acerca de los temas que trata. Acaso es inmanipulable el asunto, en el mejor de los casos, para no hablar de equívocas transferencias (¿autocensura?). Tarea legítima, aunque ingrata la de este Alain Pino que pierde piso con las refiguraciones de la luz, que al fin de cuentas es de lo que trata la fotografía.

Insuficiente agresividad la suya. Surrealista, digamos, en el sentido más pederasta del término. En fotografía no caben agregados; la luz trae su discurso, cuya contingencia pertenece no al fotógrafo, sino a la cámara. La intuición al disparar precisa de un grado no despreciable de literatura, de titulaje. Inútil cualquier otro aderezo. Casualmente, su carácter abierto abona la explotación indiscrimada –democrática, según algunos- en latas de refresco, playeras, carteles, marcas de todo tipo de adminículos, etc. En Morelia hay una tabaquería –Pessoa estaría encantado- que anuncia habanos con Guevara fumando. Riesgos del oficio. El predio de la publicidad gráfica es donde mejor vive la foto, uncida al texto de manera inevitable y hasta natural. No basta con ver una fotografía para saber su verdad. La realidad en fotografía puede inventarse, novelarse, y no por ello pierde su lenguaje. Es aquí donde Alain ya no dice nada, pues no ha leído visualmente sus asuntos. Dispara salvas de una huera ideología.

Gays Light, rara avis de out siders son los modelos de Alain, inocuos. Dejó de colorear sus fotos, en pos de una disgregación del corte autorreferente de las fotos, desidentificándolas a fuerza de una química más bien kitch –óleo sobre la foto-, como llegó a verlas en su ciudad natal. Sus anagramas actuales, en blanco y negro, ostentan la ambivalencia de lo ausente/presente. Sobre un escenario desprovisto de horizonte, gélido, Alain elige la transexualidad como atmósfera legitimadora de signos mal dibujados, plus de una obra que no termina de germinar.
Hay asuntos no figurables, como aguas no navegables, como palabras innombrables, aires no respirables…Sólo le queda la reiteración como expresión de naufragios insulares, que Kcho Leyva sabe nombrar muy bien. Delimitadas por el agua, las figuras de Alain son la Isla, transfiguradas en insólitas olas que no llegan a reventar a ninguna playa.

Miguel Carmona Virgen. Morelia, Michoacán. Febrero de 2007.

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