NOSTALGIA
DEL MAR
El
mar.
El misterio más grande
Jorge Díaz dela Cruz
A
Salomón, Noé y Carlos.
El misterio más grande
Jorge Díaz de
I
Surrealismos vemos.
El Centro Cultural Universitario de la Universidad Nicolaita
no es precisamente un buen lugar para exponer una obra plástica. Independientemente
de sus deficiencias como galería y sus fallos administrativos, suele ser presa
de contingencias como una huelga estallada (sic) por el SPUM. Sabido es que la
huelga es el resultado de ciertos acuerdos legaloides entre patrones y obreros,
ahora convertida en instrumento de coacción y componendas entre mafias, aunque
ello traiga consigo el cierre de una Exposición, la realización de un Congreso,
la lectura de un libro de poesía...
Nuestra Universidad es rehén de organizaciones
sindicales. Mientras persista este estado de cosas no se puede hablar de un
desarrollo cultural universitario, mucho menos de una cultura artística, una de
las funciones torales –dicen- de la Máxima
Casa de estudios. Bien se pueden ir al demonio las propuestas
de los artistas; los sin memoria medran en las instituciones, reivindicadores
de la lucha de clases y otras
zarandajas.
En estas se ha visto la muestra Del Sueño y la vigilia de Rafael Flores, que ofrece su obra
plástica más reciente. Aquí glosaremos algo de lo que nos fue posible admirar
en los pocos días que duró abierta la Exposición.
II
El Surrealismo, llegado a México en 1940 con el
exilio español, Bretón y Trotzky, Diego y las fechorías de Frida, echó raíces
en México, aunque sé que algunos surrealistas vivos (Ludwig Zeller dixit)
consideran en serio la idea de Bretón de tildar a nuestro país como territorio
surrealista por excelencia. Eso puede explicar la catadura de la muralística
mexicana de entonces, conocida como Escuela Mexicana de Pintura, con todo y las
exclusiones machistas de que fue objeto la obra de Saturnino Herrán,
contemporáneo de aquel superrealismo de fachada nacionalista. De esa escuela
provienen autores como Adolfo Mexiac, Alfredo Zalce, María Izquierdo, Leopoldo
Méndez y otras especies.
De cualquier manera, aludimos a este romanticismo del siglo pasado a fin de referirnos a los procesos de la creación poética como patrimonio del inconsciente como lo concibió Freud, misoginias aparte.
Surrealista involuntario, Rafael Flores –y no por la
ominosa presencia del SPUM en el Centro Cultural Universitario- pone el acento
de su labor en el espacio onírico, la conflagración lúdica de los patrones
establecidos en las artes y la cita
humorística de cierto Dalí, además del chorreado del pigmento en el lienzo (un
informalismo de Mason, más tarde recuperado por Tapiès).
Dicho así, resulta que el surrealismo tiene derecho
de vía entre nosotros desde su arribo y no hay quien haya podido sustraerse a
su influjo, ya que la práctica del humor, el azar creativo y la libre
asociación se han vuelto corrientes en estos días.
III
Las coordenadas que asoman en la exposición no dejan
de inquietar. Nacido lejos del mar, Rafael recurre a su imagen para inscribir
el hábitat onírico de sus personajes. Sueños comunes a cualquier mortal, los
paisajes salobres reunidos por el pintor transitan del sueño a la vigilia y de
esta al lienzo, atraídos por la belleza de palabras impronunciadas; quien sueña
con sonidos sabe que no hay equivalencia
en palabras, como dijera Ludwig Zeller, y que nos queda solamente una
reserva de alegría con que veremos el mundo y tomaremos posesión de él. El
autor propone asumir la juventud de esa alegría habitando su obra. Cómo se hace
eso. Nada fácil, sólo tenemos que dejar de ser quienes somos y ensayar el
ingreso a universos inimaginables atravesando la superficie de sus óleos.
Cualquiera sabe que la gente normal no acostumbra a emprender nada azaroso. Sin
embargo, la misma gente sabe que el arte de la pintura es eso: una ventana
abierta al naufragio.
Rafael sustrae los rostros de sus personajes
desnudos, evita la mirada maniquea y pedestre a través de manipulaciones
espaciales y geometrías extenuantes templadas por su vena juguetona. Una
modesta malicia guiña el ojo a quienes nos acercamos a estos óleos donde las
fronteras han sido proscritas. Mirar en ellos obra el milagro de ver la
pintura; todos pueden hacerlo, más no todos vuelven indemnes. La plástica de
Rafael está desprovista de intelectualismos y trucos; su claridad y frescura
son cepos en los que invariablemente caemos, creyendo que el autor está
ilustrando un sueño. En realidad es imposible ilustrar un sueño; hay que
dejarlo manifestarse, por muy disparatado que parezca; al final, asentado el
torbellino, se ve su sentido perfectamente conectado con nuestra vigilia, como voltear un calcetín, diría
Cortázar.
El arte de la pintura activa la memoria pupilar del
sueño en la zona soleada de la vigilia. Hablamos del sueño vivido, incubándose
a lo largo del día cuando estamos despiertos. Quien dice que los sueños tienen
significado son unos mentecatos; el significado es accesorio, tan ilógico al
sueño que lo descalifica. En todo caso, la polisemia de los sueños es
inaprensible. La muestra de Rafael es el intervalo en el que veremos nuestros
sueños en un lienzo. Si no lo entiendes
no es para ti, suele decirse. A la manera de Orfeo, el pintor viaja al
Hades a traer partes de lo insondable. Y qué carajos es lo insondable, dirán algunos.
La vida misma. Irónicamente, es imposible arrancarles una palabra acerca de su
viaje y no sabremos cómo lo hacen, cómo pueden, como no sabemos cómo hacen los
niños para estar tan contentos a pesar de vivir en un mundo imperfecto.
IV
Porqué se retrata uno mismo. Para derruir nuestras
identidades con una más, clamando vean,
también soy esto además de aquello tan vasto.
V
Miguel Carmona Virgen.
Morelia,
Michoacán. Marzo 16/2008.